El ‘hombre tenía apenas 25 años, dos hijos muy pequeños, una
remuneración realmente miserable y una responsabilidad extraordinaria.
Juntamente con otros hombres y mujeres de la misma profesión, cargando su
cocina a kerosene, un galón de ese combustible, un litro de aceite, panes y
galletas, fideos, conservas de pescado, unos cuantos kilos de azúcar, un par de
bolsitas de sal, fósforos y un baúl de sabidurías, llegó a mi tierra
trayéndonos cultura. Y, cultura es, por si acaso, conocimientos diseminados en
todas las líneas de acción educativa (así se llamaba), más arte (música,
dibujo, pintura, poesía, teatro, danza, etc.) y política (todas las opiniones,
pareceres, posiciones, ideas, criterios).
Se instaló en un pequeño cuarto que fue organizándolo con
cajas y cajones de productos comerciales hasta dejarlo con apariencia de un
moderno departamento citadino, para que su familia se constituya en modelo
viviente de sus alumnos, padres de familia y comuneros.
Casos similares observamos en el comportamiento de los
maestros que concentrados en las inmediaciones del Ministerio de Educación y
pegados a las paredes del Ministerio de Cultura, por la limpieza, orden,
disciplina, respeto entre sí y con los ciudadanos de Lima y hasta con los
policías que -a pie y a caballo- preservan el local estatal. En uno de esos
ambientes del edificio con forma de libro, debe estar Patricia Salas, la Ministra,
acaso mirando el quehacer de hormiga de sus colegas en huelga.
Los maestros de Ayacucho, Pasco, Huancavelica, Ucayali,
Cusco y otras regiones, colocaron carpas con colchones viejos que hacen de
asiento, mesa y cama, mientras -sin ennegrecer pisos ni dejar discurrir aguas
sucias- preparan su comida para garantizar su sobrevivencia en los largos días
de lucha que todavía prevén hasta que sean atendidos. “Quieren jugarnos al
cansancio, pero están equivocados. No volveremos mientras no nos atiendan”,
dicen los huelguistas que, si bien macilentos, un tanto enfermos o resfriados
por la llovizna y vientos, tienen miradas limpias, puras, llenas de convicción
magisterial, aunque los medios de la capital los hayan ignorado empezando por
La República y La Primera o repitiendo que son violentistas, movadistas o
senderistas.
Los profesores están acostumbrados con estas formas de
trabajo sacrificado. Atienden a 40 niños de diferentes conductas, engreídos y
marginados, sucios o limpios, abusivos o pasivos, avanzados, medios o
atrasados, desde el primer grado de primaria hasta el quinto de secundaria, nos
han encaminado en la lecto-escritura, cálculo, conocimientos básicos de todas
las ciencias, educación cívica, respeto al prójimo, amor al trabajo y honra a
padres, mayores y a la patria; formación física, alimenticia, laboral,
religiosa cotidiana que nuestros propios padres han descuidado, en una suerte
de guerra contra todos los defectos de formación de la sociedad, recibiendo a
cambio la miserable remuneración de mil soles mensuales.
Que no hablen mal sobre estos profesionales. Que no hablen
mal los otros profesionales, mucho menos comunicadores sociales, a menos que
les resulte fácil –igualmente- insultar a sus madres o a sus padres, porque
ellos son y seguirán siendo nuestros segundos padres y sus actividades
formativas son equivalentes a las de ellos. En cambio, si no tienen argumentos,
o padecen de alzheimmer o se han contagiado de ingratitud, lo mejor que
deberían hacer, por ignorantes y malagradecidos, es callarse la boca durante la
huelga que fue calificada por la sociedad toda como justa y atendible, hasta
legalmente.
Fuente: Necías E. Taquiri
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